Desde el primer trimestre de 2020, se han producido más acontecimientos de cisne negro de los que cabía esperar. Primero, por supuesto, fue la pandemia del Coronavirus, luego la tormenta invernal de Texas y, por último, un barco que bloqueó el Canal de Suez durante seis días. Para la industria alimentaria, todos estos acontecimientos han provocado graves trastornos.
El bloqueo del Canal de Suez hizo especular con la posibilidad de que Europa se quedara sin café y otros alimentos debido a la escasez de reservas. La tormenta invernal de Texas mató o dañó muchos cultivos y ganado, creando problemas en la cadena de suministro de alimentos. La pandemia disparó las ventas de alimentos a los minoristas en más de un 25%, pero al mismo tiempo redujo las ventas en restaurantes, locales de comida rápida y casual en aproximadamente el mismo porcentaje.
Estos acontecimientos han interrumpido lo que era la vida normal de los productores de alimentos y bebidas. Los que han sobrevivido han sido los que contaban con los procesos, la cultura y la tecnología que les permitían ser ágiles y resistentes. O ya los tenían, o tuvieron que adaptarse a ellos muy rápidamente. Aprendieron que la forma en que la industria tiene que operar ahora, y en el futuro, es diferente de la forma en que solía operar hace sólo un año.
Presiones del sector
El sector de la alimentación y las bebidas puede ser uno de los más difíciles. Por un lado, no sólo los consumidores quieren comida y bebida. Se demandan productos más sanos, más respetuosos con la ética y el medio ambiente, más aptos para las alergias o intolerancias alimentarias, de origen local o de comercio justo, y con envases más aceptables. Por otro lado, la normativa sanitaria y de seguridad es cada vez más estricta, al igual que el control de calidad y la higiene.
Por tanto, es bastante obvio que hay que gestionar una operación bastante sofisticada si se quiere salir a flote como empresa de alimentación o bebidas.
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